Casi todo el mundo tiene gente viviendo cerca de su casa, y nosotros no escapamos a esa generalidad. Existen vecinos de todo tipo, pero en esta ocasión, rescataremos la historia de unos que constituyen una verdadera fuente de vivencias insólitas. Si no lo creen, juzguen por ustedes mismos, pero antes, presten atención a lo que les aconteció últimamente.
Los Roberts, habitantes de la vereda de enfrente, con respecto a nuestra propiedad, tienen plantada en la vereda de la casa una vistosa planta de limones exóticos. Se trata de una especie frutal realmente hermosa, que se carga generosamente de frutas a lo largo de todo el año. Los cítricos que proporciona, son muy particulares, perfectamente redondos y, lo llamativo, no poseen semillas. Como los dueños propiamente dichos, no consumen todo lo que el arbolito produce, en una actitud de sano y noble desprendimiento, han dicho a todos los vecinos del barrio que, cuando precisemos limones, los tomemos directamente de la planta, sin que nos molestemos siquiera en pedirles permiso. Buena gente los Roberts.
Nos contaban ellos, bastante contrariados, que hace unos días llegaron a la vivienda y encontraron un hombre, totalmente desconocido, arrancando una gran cantidad de limones y depositándolos en una desvencijada carretilla, en una actitud irrespetuosa de lo ajeno, absolutamente displicente.
El dueño del limonero, se acercó al intruso y le expresó que la planta era de ellos y que no iban a permitir tal abuso de confianza. Una cosa era que el “recolector invasivo” tomase unas cuantas frutas para consumo personal y otra, muy distinta, que se apropiara de una gran cantidad para revenderlas. No señor, eso era un total falta de ética y respeto por la propiedad ajena. Dicho esto, despidió al individuo rápidamente del lugar.
El furtivo y desaprensivo arrancador de cítricos abandonó entonces la ominosa actividad y se marchó, raudamente, rumbo al centro de la ciudad, con una buena cantidad de limones que había alcanzado a juntar en la destartalada carretilla.
Sin embargo, no terminó allí la historia. Un rato más tarde arribó a la casa Diego Roberts, el hijo mayor de nuestros vecinos, con una bolsa de polietileno cargada con unos quince limones. Como tal hecho le llamó la atención, y además las frutas le resultaron conocidas, Betty Roberts, la madre, hizo la siguiente pregunta:
- Diego, quiero que me informes, ¿de dónde sacaste estos limones que se parecen sospechosamente a los que tenemos en la vereda?
-Se los compré a un pobre hombre que estaba vendiendo, en la esquina de la plaza. Sé que no nos hacen falta, pero me dio mucha pena verlo, tratando de vender esa gran cantidad de limones que tenía amontonados en una vieja carretilla…
Así fue como, estimados lectores y amigos, a los Roberts les vendieron sus propios limones, porque aunque uno no quiera creer, estas cosas suelen pasar, hasta en las mejores familias. MGT/11.-
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